El Código de Ética y Responsabilidad Profesional del Abogado, vigente para la República de Panamá, fue aprobado en la Asamblea General Plenaria en el marco del X Congreso Nacional de Abogados, el 27 de enero de 2011y publicado en la Gaceta Oficial Nº 26796 de 31 de mayo de 2011. Este instrumento jurídico consagra los principios y la normativa aplicable a la conducta que debe tener todo abogado frente a su profesión, sus colegas, clientes, autoridades y la sociedad en general. Al momento de optar por la idoneidad para ejercer la abogacía, es obligatorio asistir a un curso sobre la materia en cuestión.
Continuar pregonando el discurso sobre la ética jurídica a muchos les puede sonar redundante, tedioso y llenador de programas incompletos. Por lo menos, eso es lo que he percibido. Es lamentable el desapego hacia la moral y la justicia, proveniente de un profesional del derecho. Dicha actitud inicia desde las intenciones con las que determinada persona optó por elegir la carrera de leyes. Desde que estamos en la universidad podemos anticipar quiénes serán buenos y malos abogados, no por sus capacidades académicas, sino, por sus posiciones frente a las soluciones jurídicas que proveen las fuentes del derecho y el interés con el cual se atiende a la carrera en general.
Muchos eligen estudiar derecho porque ven en la profesión una forma de superación económica automática; o porque convertirte en abogado implica prestigio, posición social, facilidad argumentativa, agilidad en la búsqueda de soluciones, y un largo etcétera de bondades meramente materiales. Pero, ¿dónde está el fondo? ¿dónde quedó la concepción de justicia y derechos humanos? ¿qué ocurre con el clamor de defender a las víctimas? ¿dónde quedaron Clara González, Kelsen, Alfaro y Couture? y la búsqueda de la verdad…
Para hacer dinero y crecer en bienes, cualquier cosa, para ser abogado, hay que tener sed de justicia y ser esclavos del imperio de la ley. Dos principios que entraña la ética jurídica y que deben ser el pilar de nuestras gestiones cotidianas.
Antes de nuestros estudios superiores, la familia, la escuela y el barrio dominan nuestras acciones, son los elementos que determinan las épocas tempranas de la edad adulta. No obstante, la universidad, los profesores, nuestros primeros trabajos, quienes nos influyen en lo laboral y las experiencias, son capaces de transformar nuestro quehacer jurídico en una de las más grandes formas de hacer caridad frente a la desigualdad y la injusticia social.
Y es que, como todo, los ideales y proyectos de vida ocurren a partir de la consecución de las cosas simples. Tan simples como ser respetuosos con nuestros clientes, colegas y autoridades; como ser transparentes con cada trámite que hagamos; como evitar y ser enemigos de la corrupción y el tráfico de influencias; como apegarnos al estricto derecho y dejarnos de vivezas y chanchullos donde siempre sale alguien abusivamente afectado.
Un abogado que no es ético no merece llamarse como tal. Eso sería una total contradicción. Es preciso continuar con este discurso a cerca de la ética jurídica, por siempre y para siempre. Debería ser nuestro estandarte. Sí a la rectitud, no a la negligencia y mala práctica legal.